martes, 29 de septiembre de 2015

De la conciencia, la imaginación y el materialismo

La inmaterialidad es algo difícil de demostrar, porque demostrar implica dar pruebas observables, medibles, repetibles, objetivas, y nuestros sentidos (el puente más directo que tenemos con la realidad objetiva) captan únicamente lo material: luz, sonido, textura, etc. Siempre tuve la intuición de que la realidad no estaba hecha pura y exclusivamente de materia, pero al ser más difícil de probar, nunca pasó de ser una intuición.1
Sin embargo, hace unos años encontré una prueba muy sencilla y patente que cualquiera puede poner en práctica en cualquier momento. Consiste en imaginarse algo (un perro, un árbol, o lo que sea) y luego preguntarse: ¿dónde está lo que imagino? La analogía con la informática es inevitable (tal vez por el contexto histórico en el que vivimos), por lo que también se puede preguntar: ¿en qué pantalla se proyectan las imágenes almacenadas en la memoria? Porque si puedo ver lo que estoy imaginando, y sólo existe lo material, este ovejero alemán que me estoy representando en mi imaginación se debería estar proyectando en algún lugar de mi cuerpo. Pero la conciencia (el conocer que conozco; el ver lo que me represento) me está demostrando que no hay un lugar completamente físico para aquello que imagino. Claro está que existe un soporte material para dichas representaciones y que todas las imágenes que vi en mi vida de ovejeros alemanes (sus "píxeles", por así decirlo, la estimulación que provocó la luz en mis nervios oculares al rebotar en las diferentes partes de los perros) llegaron a mi cerebro y se almacenaron allí y por eso puedo luego imaginarme un perro sin tener el estímulo directo. Eso no está en duda. Pero es una explicación incompleta. Que el proceso sea físicamente complejo no implica que sea suficiente para causar absolutamente (es decir, independientemente de algo inmaterial) todos los fenómenos psíquicos. Un programa puede ya hoy en día diferenciar rostros u otras cosas y separarlos del fondo, pero el hecho crucial está en que la máquina no reconoce lo que hace. No diferencia un perro del fondo en una imagen; simplemente separa píxeles y los agrupa siguiendo mecánicamente el código que le indica qué debe "hacer". Es como decir que un termómetro distingue entre una persona con fiebre y una persona sana. En realidad somos nosotros los que hacemos tal diferenciación observando lo que el termómetro muestra; el mercurio reacciona como no puede de otra manera.
Más aún, si las imágenes se proyectan en algún lado en mi cerebro, ¿qué órgano lo capta? Y si existiera un órgano que capta las imágenes que proyecto, ¿qué órgano a su vez las recibe e interpreta? Una explicación así cae en un círculo vicioso. La respuesta más coherente entonces parece ser que esas imágenes no están en sí en ningún "lado", si bien sus partes (las impresiones neuronales que dejaron los estímulos) están almacenadas en el cerebro. Hay entonces una codificación de los datos sensibles y una decodificación posterior, por así decirlo, pero el problema está en "quién" realiza esa decodificación y, sobre todo, "quién" recibe, lee o interpreta lo decodificado.
El mismo experimento se puede probar con la música, por ejemplo, para una demostración tal vez más evidente (el sonido parece tener más inmaterialidad). Y se puede hacer la misma pregunta: ¿En qué lugar de mi cerebro se reproduce Yesterday en este momento? Si hay algo que actúa como una aguja en un disco de vinilo, ¿hay sonido real dentro de mi cabeza? ¿Se podría grabar con un micrófono de alguna manera?

Estas preguntas no son nuevas ni es un tema que se pueda resolver de un día para el otro; la Gestalt ya trató de diversas maneras estos problemas (ver "fenómeno fi", con respecto al movimiento, cosa inmaterial si las hay: https://es.wikipedia.org/wiki/Fen%C3%B3meno_phi); Daniel Dennett intenta dar una explicación desde el materialismo en "Conciusness explained" (que leí en parte) y las neurociencias siguen avanzando, descubriendo cada vez más detalles del cerebro (cosa que admiro y promuevo). Simplemente quería compartirles mi opinión y mis fundamentos al respecto y preguntarles a ustedes qué piensan.
Objeciones, comentarios o correcciones (sobre todo a la parte informática o neurológica, que no conozco en profundidad) son más que bienvenidos.





1 La gran mayoría de las veces parto de una intuición y luego busco comprobarla, lo cual es bueno por un lado porque me impulsa a descubrir cosas nuevas y a conocerlas mejor, pero por otro lado es peligroso porque esa intuición puede estar disfrazando un prejuicio o un pre-concepto que no debería alimentar ni mucho menos intentar probar objetivamente. Y creo que todos o casi todos funcionamos igual, pero esto también es una intuición.

lunes, 27 de julio de 2015

Jugando con una calandria




El canto de las aves siempre me pareció la voz de la Naturaleza (sobre todo en una ciudad tan urbanizada como Buenos Aires). Lo que no sabía hasta hace poco era que hay formas de hablar con esa voz y que ésta te conteste. 
En el video juego con una calandria común (mimus saturninus) probando algunos silbidos para que ésta imite. En un momento parece imitar a un benteveo y hasta a una alarma de auto, y aunque logra responder los silbidos simples, no imita cuando hago tres silbidos cortos (aunque al día siguiente la escuché haciéndolo por sí sola, sin que yo le silbara). Si pueden, hagan la prueba. Para reconocer el canto de la calandria basta con escuchar sonidos estridentes y silbidos; la única dificultad es que como imitan tantos sonidos, no suelen tener todos los individuos un canto parecido, así que mi método de reconocimiento va por descarte: cuando no puedo identificar con precisión qué especie está cantando, casi siempre (si estoy en la ciudad) es una calandria. ¡La próxima vez que vayan a una plaza o un parque inténtenlo!


No me extraña que existan mitos aborígenes nacidos del contacto con este lindísmo ave. Aquí dos que encontré:
http://literaturaenparana.blogspot.com.ar/2011_04_01_archive.html
http://www.portalguarani.com/detalles_museos_otras_obras.php?id=103&id_obras=2397&id_otras=369

miércoles, 1 de julio de 2015

Textos para rumiar 2

Esta vez es el turno de Joseph Campbell (que seguramente vuelva en algún momento porque acabo de terminar de leer los 4 tomos de "Las máscaras de Dios", y hay muchas ideas interesantes). Recuerden que las negritas son mías para hacer énfasis en lo que me llama la atención. Pues bien, para él, hoy en día:
"el centro de gravedad, o sea, del reino del misterio o del peligro, ha sido eliminado definitivamente. Para los pueblos cazadores primitivos de los más remotos milenios humanos, cuando el tigre de colmillos de sable, el mamut y el reino de las presencias animales menores eran las manifestaciones primarias de lo que era ajeno —al mismo tiempo la fuente del peligro y del sustento—, el gran problema humano era establecer una liga psicológica con el hecho de compartir la selva con estos seres. Una identificación inconsciente tomó lugar y esto finalmente tomó conciencia en las figuras mitad humanas mitad animales de los antecesores totémicos mitológicos. Los animales se convirtieron en los tutores de la humanidad. Por medio de actos de imitación literal —como vemos ahora en los juegos de los niños (o en el manicomio)— se llegó a una aniquilación efectiva del ego humano y la sociedad alcanzó una organización cohesiva. En forma similar, las tribus que se sostenían con alimentos vegetales, se reunieron alrededor de la planta; y los rituales de la siembra y de la cosecha se identificaron con los de la procreación humana, el nacimiento y el progreso hacia la edad adulta. Sin embargo, tanto la planta como el mundo animal fueron sometidos al control social. De allí que el gran campo del milagro instructivo se moviera hacia los cielos y la especie humana pusiera en vigor la gran pantomima del sagrado rey luna, del sagrado rey sol, y del estado hierático y planetario, y también los festivales simbólicos de las esferas que regulan al mundo.
Hoy todos estos misterios han perdido su fuerza; sus símbolos ya no interesan a nuestra psique. La noción de una ley cósmica, que sirve a toda existencia y ante la cual debe inclinarse el hombre mismo, hace mucho que pasó a través de las etapas místicas preliminares representadas en la astrología antigua y ahora es algo que se da por sabido en términos meramente mecánicos. El descenso de los cielos a la tierra de las ciencias occidentales (desde la astronomía del siglo XVII a la biología del siglo XIX) y su concentración actual, por fin, en el hombre mismo (en la antropología y la psicología del siglo XX), marcan el camino de una maravillosa transferencia del punto de enfoque del asombro humano. Ni el mundo animal, ni el mundo de las plantas, ni el milagro de las esferas, sino el hombre mismo, es ahora el misterio crucial. El hombre es la presencia extraña con quien las fuerzas del egoísmo deben reconciliarse, a través de quien el ego debe crucificarse y resucitar y en cuya imagen ha de reformarse la sociedad. El hombre, entendido no como “yo”, sino como tú”: pues ninguno de los ideales o instituciones temporales de ninguna tribu, raza, continente, clase social o siglo puede ser la medida de la divina existencia inagotable y maravillosamente multifacética que es la vida de todos nosotros".

J. Campbell, El héroe de las mil caras, FCE, México, pp. 343-345.


Esto no significa para mí que haya que tomar esta explicación como única o fundamental para entender el origen de las mitologías, pero sí me parece que pone a las sociedades estudiadas en un contexto que las define bastante y que no se suele tener muy en cuenta a la hora de tratar de comprender su pensamiento, arte y religión. Porque justamente se trata de aquello que el ser humano desconoce y lo asombra, y por lo tanto lo atrae y lo pone en constante movimiento.
También me gusta el giro último que no le quita mérito a las ciencias de la modernidad pero que tampoco se conforma con el enfoque solipsista o de monismo metodológico en el que comúnmente caen. Sobre todo en un mundo como el de hoy en el que, como dice, los límites de cada sociedad particular, los límites de cada saber, pierden sentido verdadero vistos aisladamente, siendo que es absurdo pensar que sólo nuestra acotada visión de la realidad es absolutamente válida en todo momento y para todos, sobre todo conociendo la variedad de culturas, costumbres y creencias de buena fe que pueblan el planeta.

miércoles, 17 de junio de 2015

Res antiquae: 1.Petroglifos animales norteafricanos

En esta sección del blog que inauguro voy a ir subiendo información, fotos y mis impresiones acerca de cosas antiguas (de ahí el título) que me asombran y me gustan por lo que sea. Me parece una buena manera, además, de acercarle a otro lo que voy aprendiendo de las culturas antiguas de todo el mundo y así poder hacerle llegar, al que le interese, ese mismo impacto que lo estudiado causó en mí.

El tema de hoy son los petroglifos (petros, piedra + glyphw, tallar) con motivos animales de África. Con lo cual empezamos con cosas más antiguas que las antiguas, ya que las que expongo aquí datan del neolítico (hace 6000-8000 años)!! Subo 3 imágenes de hallazgos en el norte de África, alrededor del Sahara, pero hay miles y miles más por todo el continente. En la página del Museo Británico están recopilando y subiendo fotos de todo el arte rupestre (pinturas también) del continente, pero por ahora sólo tienen del norte:



Dabous giraffe. Western Aïr Mountains, Niger
Níger: jirafas con lujo de detalle grabadas en la cima de un pequeño promontorio en el desierto (desde el suelo no se ven). Me imagino al autor mirando el paisaje desde allí, que sería a la vez su asiento y su lienzo.




Libia: jirafas con las manchas hechas con puntadas, en vez de estar delineadas como la foto anterior. El estilo de este tallado me encanta: la suavidad de las líneas que forman las patas, la simpleza de las facciones de la cabeza y lo original (a mí no se me hubiera ocurrido, por lo menos) de la técnica para las manchas.




Sleeping Antelope Tin Taghirt.jpg
Algeria: antílope durmiendo. En este me llaman poderosamente la atención los detalles, la perspectiva y la elección de la postura. También es interesante los huecos para los ojos y la nariz. Me imagino algún ritual chamánico asociado al petroglifo, para conseguir ser el puente entre el mundo de los sueños y el de la vigilia, entre el otro mundo y éste.



Me sigue pareciendo increíble que existan estas cosas; por eso seguiré subiendo más a medida que las encuentre, las ordene o me acuerde.


martes, 12 de mayo de 2015

Hallazgos literarios 2

Eutrapelias (1971), del marroquí-venezolano Jacobo Bentata, es un pequeño librito que encontré una vez que recorría las librerías de Corrientes. El título me llamó la atención porque hacía poco había habido una charla en la Semana de la Filosofía (evento anual en la UCA donde los profesores y alumnos exponen sobre temas que les interesen) con el mismo nombre. La charla me había gustado mucho porque trataba de la virtud de una equilibrada diversión, un entretenimiento jocoso y alegre que refresca el alma pero no la vuelve superficial o desinteresada hacia lo importante (algo que debería aplicar más a menudo, para no distraerme tanto). Sólo dos veces escuché o vi esa palabra en mi vida, y no habrán pasado más de dos semanas entre esas dos veces.
Sobre el autor no hay mucha información en Internet, más que era un periodista nacido en Marruecos que se estableció en Venezuela.*




Lo interesante de este libro es que consta de unos 50 micro-ensayos, todos con temáticas distintas pero con el mismo estilo de reflexión errabunda, sencilla, humilde y sopesada. Se nota que era una persona letrada y que de vez en cuando un pensamiento asaltaba su mente y lo ponía en papel para desarrollarlo un poco y preservarlo del olvido. 
Lo más característico de este autor son los ocasionales chistes (esos que la gente de antes llama "cuentos", porque son una historia) que decoran las reflexiones y que son propiamente el ejercicio de la eutrapelia. Por ejemplo, en el ensayo titulado "Ateos": "Algunos se dicen ateos sin serlo, y otros lo son sin saberlo. ¿Cómo calificar al que proclamaba «soy ateo a Dios gracias»? Un andaluz reaccionaba cuando alguien trató de convertirle a un dogma distinto. «¿Cómo voy a adoptar otra fe, si no creo en la mía, que es la verdadera?»".
Como joyita, al comienzo del libro, un modesto título en el medio de la hoja dice: 
"Biografía del autor
Jacobo Bentata viaja, mira, olfatea, saborea, escucha, palpa... y sonríe".

Un caso raro e interesante, de un ilustre desconocido que escriba de una manera original y divertida; por eso lo considero un buen hallazgo.




sábado, 9 de mayo de 2015

¿Y después de la posmodernidad, qué?

La posmodernidad, tan difícil de definir, siempre tuvo para mí una característica esencial que me ayuda a comprenderla un poco: la crítica del criticismo. Desconozco si alguien ya lo pensó (lo cual es muy probable), así que me explico siguiéndome a mí mismo:
La filosofía moderna se caracterizó, en gran parte, por su espíritu crítico de la filosofía clásica (la metafísica, en particular) y por la militancia, digamos, con la que difundió este espíritu. Ejemplos claros del primero son Descartes, Hume, Kant y Nietzsche; y de la segunda, el positivismo en general (orden y progreso para todos; sobre todo nuestro orden, el único válido) y el colonialismo europeo.
Ahora bien, estas dos particularidades, que tan bien funcionaban juntas, fueron fermentando a lo largo del tiempo hasta crear una paradoja incluso en las mentes de los mismos modernistas. Porque la crítica es tal en cuanto es reciente y, por lo tanto, no-tradicional. Con lo cual, el problema que vivimos hoy en día con respecto a esto es que la modernidad se ha vuelto ya una tradición que debe ser criticada. Muchos aspectos de ella nos resultan arcaicos, muchas ideas quedaron obsoletas o sin el campo de acción del que nacieron. El tremendo avance tecnológico, por ejemplo, ha hecho que nos sintamos en un mundo totalmente diferente al del siglo XVIII, con sólo 300 años de distancia (cosa que no pasaba tanto, creo yo, en épocas pasadas a la nuestra). Además, después las dos guerras mundiales no queremos tener nada que ver con las personas que las originaron y nos hemos desilusionado de la promesa positivista. Es más: diría (y no sería el primero) que ya desde la muerte de Hegel (que básicamente se anunció como un profeta del Absoluto, designado para revelar el fin último de la Historia) la gente se fue convenciendo cada vez más de la exacerbada vanidad que envolvía al espíritu moderno y de que el final del progreso no estaba para nada cerca, y tal vez nunca lo estuviera.
Resumiendo: los posmodernos tenemos una tradición que nos impone el deber de criticar las tradiciones. Por lo tanto, es como tener un padre que ordena: "¡Debes criticar!" Si le hacemos caso, no lo estamos criticando, porque le hacemos caso. Si no le hacemos caso, no lo estamos criticando, que significa que le hacemos caso. El resultado es una gran crisis de identidad, en la que estamos completamente desorientados y por eso no nos podemos diferenciar de él (de ahí "post-moderno"), aunque queramos hacerlo hace rato.
Y esto es verdaderamente un problema, porque parte de madurar implica diferenciarse sanamente de los padres, reconociendo también que somos consecuencia de su crianza y por lo tanto compartimos ciertas características esenciales. Entonces, la paradoja se podría resolver ni afirmando ni negando el imperativo de la modernidad, sino pensando primero quién nos lo dice, por qué y para qué, para luego decidir si estamos de acuerdo o no. En términos más concretos: si no nos paramos a pensar si realmente las llamadas pseudo-ciencias, o las religiones son falsas o peligrosas (cuáles, por qué, según quién, en qué casos y para qué aspectos de la vida), estamos repitiendo a la ciencia por repetirla, desde su voz en vez de la nuestra (y esto me lo digo a mí mismo también, que en este punto es algo que me cuesta). Y eso sería una verdadera crítica de la crítica, pero no desde el "mandato paterno" sino desde lo que queremos ser como individuos, como sociedad y como especie. O, por ejemplo, en el caso opuesto, si por diferenciarnos de la modernidad por el simple hecho de ser diferentes hacemos alarde de respetar las distintas manifestaciones humanas, pero en el fondo creemos que la sociedad estaría mejor sin tanto extranjero amenazante, tenemos un serio problema de hipocresía, dobles estándares y necedad (necio es el que no quiere conocer la realidad y se conforma con lo que ya sabe o repiten los demás acerca de ella; una verdadera crítica no puede partir jamás de esto). Y pongo este caso como ejemplo porque veo y siento que estamos degenerando socialmente en este sentido (o se esconde o no, pero parece un fenómeno global importante): la gente se ha cansado del pluralismo, o de pretender que es pluralista cuando no lo es. Puedo estar equivocándome o que sea algo localizado en mis alrededores (y espero que así sea), pero cada vez escucho más gente quejándose a viva voz de los privilegios que en vez de poder recibir su grupo familiar/social/económico/racial/nacional lo reciben otros. Cuando, en mi humilde opinión, deberían pedir que todos tengan privilegios según su necesidad, con lo cual dejan de ser privilegios, a menos que alguien los necesitara particularmente más que otros (en cuyo caso se vuelven necesidades).
En conclusión, creo que la posmodernidad está dejando la adolescencia y está empezando a avanzar hacia su cumbre, muy de a poco. Y me preocupa que nos agarre la crisis de los 40 sin haber resuelto quiénes somos, quiénes queremos ser, por qué y para qué, sin tener en cuenta a los demás y despilfarrando recursos en cualquier cosa. 











jueves, 16 de abril de 2015

Textos para rumiar 1

En esta sección van a ir textos que me llaman la atención y me dejan pensando (o que expresan pensamientos que me inquietan -en el buen sentido- desde siempre). Las negritas son mías y resaltan ideas que comparto o con las que me siento identificado. 
Hoy, damos la palabra a Erwin Schroedinger, que parece que tenía toda una filosofía escondida, opacada por el gato de la caja (los gatos siempre queriendo ser el centro de atención...):

"Supón que estás sentado sobre un banco en un camino de un paraje de los Alpes Altos. Alrededor tuyo ves lomas con hierba salpicadas de rocas, en frente una pendiente con un campo de pedruscos con matorrales de álamos bajos. Abruptos tajos con espesa vegetación se alzan hasta muy arriba de los pastos alpinos carentes de árboles. Delante tuyo las cimas coronadas de nieve, cuyos escarpados riscos se suceden con lomas nevadas y se sumergen en el rosa tierno del sol que se despide contra un firmamento de un azul pálido.
Todo esto, que ven tus ojos —de acuerdo con nuestra concepción usual— ha estado aquí, con pequeños cambios, desde hace milenios. Dentro de un ratito —no mucho tiempo— tú ya no estarás mientras que el bosque, las rocas y el cielo seguirán así invariables después de ti.
¿Qué es eso que te ha reclamado repentinamente de la nada para que goces un rato de este espectáculo que ni siquiera repara en ti? Todas las condiciones de tu ser son casi tan viejas como la roca. Desde hace milenios los hombres han ambicionado, sufrido, criado; las mujeres han parido con dolor. A lo mejor hace cien años otro estaba sentado en este lugar y contempló al igual que tú, con idéntico recogimiento y melancolía en el corazón, esas lomas candentes. Había sido engendrado por un hombre y nacido de una mujer al igual que tú. Sentía dolor y alegría como tú. ¿Era otro acaso? ¿No eras tú mismo? ¿Qué significa este tú mismo? ¿Qué condiciones hacen falta para que este engendrado se convierta en ti, justamente tú y no otro? ¿Qué sentido científico claramente comprensible ha de tener ese otro? Si la que es hoy tu madre hubiera cohabitado con otro y le hubiera dado un hijo, y de igual manera tu padre, ¿hubieses llegado a ser tú? ¿O quizás tú en ellos, en el padre de tu padre... ya desde hace milenios? Y si así fuera, ¿por qué no eres tu hermano, ni tu hermano tú, ni uno de tus primos lejanos? ¿Qué es lo que te permite descubrir una tal obstinada diferencia entre tú y otro— si objetivamente la situación es idéntica?
Desde este punto de vista y a partir de este razonamiento puede ocurrir que de repente se ilumine la profunda razón de ser de aquellas motivaciones védicas: es imposible que la unidad, este reconocimiento, el sentir y querer que tú llamas tuyo haya salido de la nada en un cierto momento (no hace mucho tiempo); más bien este reconocer, sentir y querer es esencialmente eterno e invariable y numéricamente es sólo uno en todos los hombres, o mejor dicho en todos los seres sensibles. Pero no así que tú seas una parte, un trozo de un ser eterno e infinito, un aspecto, una modificación de él, como lo quiere el panteísmo de Spinoza. Pues esto continuaría siendo la misma incomprensibilidad: ¿qué parte, qué aspecto eres justamente tú?, ¿qué te diferencia, objetivamente, de los demás? No, por muy incomprensible que parezca al intelecto común: tú —e igualmente cada ser consciente tomado por separado— eres todo en todo. Por ello tu vida, la que tú vives, no es un fragmento del acontecer mundial, sino en cierto sentido, la totalidad. Sin embargo, esta totalidad está compuesta de tal forma que no se puede abarcar con una mirada. Como se sabe es esto lo que los brahamanes expresan con la sagrada, mística y sin embargo sencilla fórmula: tat twan asi [esto eres tú]. O también con palabras como: yo estoy en el este y en el oeste, estoy abajo y arriba, yo soy la totalidad del mundo".

E. Schroedinger - Mi concepción del mundo.

Y yo agrego: ¿Por qué causa más angustia lo que pasará después de muertos que lo que pasó antes de existir, si tarde o temprano nos vamos a enterar de lo primero mientras que lo segundo tal vez no lo sepamos nunca? ¿Cómo pude haber sido antes de haber sido? ¿Pude haber aparecido yo (mi yo personal y, por decirlo de alguna manera, esencial) desde la nada misma? ¿O qué era antes de ser?
Interesante también la última parte de la cita, que me hace recordar muchísimo al perspectivismo de Ortega y Gasset, del cual seguramente hablaré en algún momento.

domingo, 29 de marzo de 2015

Mi televisor

Mi televisor funciona mal. Desde que me mudé, hace ya unos cuantos años, le agarran ciertas convulsiones en su software (probablemente como resultado de algún golpe en su hardware durante el traslado). Para prenderla y apagarla tengo que apretar muy fuerte el botón del control remoto, durante varios segundos seguidos. Si se me resbala el dedo, tal vez tenga que usar el botón del televisor, ya que el del control decide que se esforzó suficiente y no funciona aunque lo mantenga eternamente. Pero eso no es nada. Lo verdaderamente divertido pasa cuando logro encenderlo. Cuando pasa mucho tiempo apagada, el duendecillo que opera en su interior (definitivamente desquiciado por la contusión de la mudanza) se enoja y decide castigarme haciendo que en la pantalla aparezcan cosas extrañas. ¡Y lo mejor de todo es que no siempre es lo mismo! Generalmente, es una especie de mensaje de error, lleno de números y letras que no dicen nada, que no puedo sacar a menos que apague y vuelva a prender el aparato (¡bendita panacea para los males informáticos modernos!). Esto, además de borrar el cartel molesto, restablece el volumen al nivel en el que lo dejé la última vez (que por alguna razón se sube varios puntos) y me devuelve la capacidad de cambiar de canal, así como todas las otras funciones.



Si sólo hiciera esto, ya me habría cansado de mi televisor. Pero mi televisor es un artista, y, por ejemplo, hizo también una vez que apareciera un cartel que me amenazaba con cambiar el canal al final de una cuenta regresiva que volvía a empezar cuando llegaba a cero.


Otra vez, cuando me atrevía a poner el volumen en 11, me lanzaba una sarta de jeroglíficos y caracteres, luego de lo cual se apagaba y prendía solo, hasta que subía el volumen de nuevo y el ritual se repetía.



También me ha pasado varias veces que al prenderla, la imagen está en blanco y negro, y aparecen caracteres al azar en el display y el menú.


Ayer se subió el volumen casi al tope (¿alguien sabe por qué existe la posibilidad de subirlo más del triple de lo máximo que tolera el oído humano?) y el control remoto quedó inutilizado. Para colmo, el botón del televisor que baja el volumen, lo sube, y obviamente el que lo sube también lo sube. Al final, el control no funcionaba por las pilas, pero para probar esto tuve que desenroscar el cable del... cable para no tener señal y que no me aturdiera el ruido (ni a mis vecinos).
Por ahí más de uno ya hubiera tirado el trasto a la basura, y no estaría injustificado. Pero yo prefiero conservarlo hasta que no dé más. En parte porque no lo uso tanto como para justificar uno nuevo, y en parte porque si funcionara bien sería aburrido; a lo que funciona bien no le prestamos atención, no le damos mayor importancia. Claro que si todo funcionara así de mal me volvería loco, pero esto es una sana dosis diaria de comportamiento azaroso y errático. Es caótico e impredecible: es un desafío. Siempre tira algo nuevo justo cuando creés que no puede hacer nada más o que ya sabés cómo manejar todas las situaciones. Porque a veces hasta crea combinaciones de efectos ya utilizados. Pone mi ingenio a prueba para encontrar nuevas soluciones y me recuerda que la vida es desordenada, incontrolable, y sin embargo, manejable si en vez de evadir los problemas, los enfrentás (esto es más fácil decirlo que hacerlo, pero eso es otra historia).
Por todo esto me encanta mi televisor, y espero que siga así siempre.

lunes, 9 de marzo de 2015

La vertiente

"La naturaleza imita al arte". Esa frase siempre me llamó la atención y me pareció un poco ridícula (como cuando alguien dice, sin justificarlo demasiado, que todo es arte), como si fuera una respuesta caprichosa a la noción inversa, que es la clásica. Pero hace poco resurgió la idea en mi mente, como de la nada (aunque fue de esas nadas profundas, en realidad). Y fue a raíz de esto: fuimos a San Luis hace poco con mi novia. Estábamos en un camping muy lindo en El volcán y hubo una noche en la que llovió muchísimo. Esa tormenta, sumada a otras que había habido en la semana, originó una pequeña tira de agua que atravesaba el camping hasta desembocar en una depresión del terreno. El flujo de agua era poco, pero constante, por lo que el dueño supuso que debía haber una vertiente en las sierras que rodeaban el lugar. Nosotros, que estábamos algo aburridos y que queríamos hacer alguna excursión, le propusimos ir a investigar. Como a él le interesaba aprovechar ese agua en un futuro, hasta le hacíamos un favor si encontrábamos la vertiente, por lo que nos dijo que fuéramos tranquilos. Así que nos mandamos a campo traviesa a pasear y averiguar el origen de tanta agua, como en una misión especial. En realidad no sucedió nada extraordinario, pero visto con ojos de niño o de narrador de mitos, el paseo se vuelve algo que podría haber escrito yo en alguno de mis cuentos:

Pasamos con cuidado el alambrado sobre las piedras apiladas que separaban el camping de la parte más agreste de la sierra (el límite entre lo familiar y lo desconocido). Desde ahí fuimos de a poco, tratando de seguir el curso de agua, que en partes formaba charcos que tratábamos de evitar para no mojarnos los pies. La vegetación era tupida pero no al punto de impedir demasiado el paso; lo más molesto, que nos hacía tener que hacer rodeos, era la rosa mosqueta, con sus espinosas y enmarañadas ramas. Nos fuimos abriendo paso sin mucho problema lo más recto posible hasta que se nos ocurrió subir por una de las dos laderas que teníamos a los lados del sendero que seguía el agua (que era como un corredor que se metía en medio de las sierras). Si bien el ascenso se dificultó un poco, subimos sin ninguna complicación, a excepción del sol, que ya estaba cayendo, y un alambrado altísimo y moderno. Dimos la vuelta y volvimos al camino de agua, sin muchas esperanzas ya de encontrar la vertiente, pues se hacía tarde y era imposible saber si estaba a pocos metros o a varios kilómetros sierra adentro. Sin embargo, decidimos seguir un poco más. Cruzamos otro alambrado (parecido al que bordeaba al camping) y nos encontramos con un muro de ramas espinosas, secas pero aun así infranqueables. Detrás de él, el agua corría hacia nosotros todavía, así que buscamos la forma de rodear el obstáculo y seguir por lo menos unos pasos más. Al hacer esto, de pronto escuchamos un aletear detrás nuestro, muy cerca, y yo pude ver con el rabillo del ojo la figura de un ave del tamaño de un chimango. Me di vuelta y le pregunté a mi novia (que iba detrás mío) si pudo llegar a ver al animal, pero me dijo que no. Cuando volví mi cabeza hacia adelante otra vez, como por arte de magia apareció a mi derecha, en una especie de hueco entre la maleza, un búho,* parado en una rama, mirándome con su cabeza girada 90° a su izquierda. Me quedé absorto por un segundo a causa de sus grandes ojos anaranjados que me vigilaban alertas. Sin dejar de mirarlo y tratando de no asustarlo, le dije a mi novia que se acercara despacio. Pero el búho no le dio tiempo y levantó vuelo para perderse detrás de las sierras. Inspeccionando el lugar que el ave había dejado, encontramos un pequeño pero robusto nido hecho con espinos que seguramente fuera de la pareja. Me quedé maravillado y satisfecho por el día; si no encontrábamos la vertiente, la salida habría sido lindísima de todas maneras. Y sin embargo, apenas unos pasos más adelante, allí estaba: al pie de un árbol mohoso se hallaba un pequeño charco cuya agua no parecía provenir de más arriba. Nos aseguramos de que el curso de agua uniera el camping con aquel lugar y que la tierra estuviera seca detrás de ese punto y concluimos que la vertiente (la primera, al menos) no podía ser otra que esa. Finalmente, habiendo cumplido la misión y ya algo cansados, decidimos volver.

Los hechos no son nada del otro mundo, vistos normalmente. Lo que me sorprende de todo esto es que los símbolos que rodearon la escena bien podrían haber sido los que habría elegido para alguno de mis cuentos: la búsqueda del origen, lo primigenio; la diferencia tajante entre territorio conocido y desconocido; el camino escabroso y el muro de espinas; el búho guardián de la fuente de sabiduría. Y yo siempre pienso que las cosas que escribo son muy burdas, que los símbolos que elijo son muy obvios, trillados y superficiales. Pero esta vez la Naturaleza fue la que eligió. Y eso no deja de maravillarme. Tal vez el arte también se trate de imitar a la naturaleza imitando al arte.









*Tucúquere (Bubo magellanicus), tal vez.

domingo, 15 de febrero de 2015

Hallazgos literarios 1

Pasando por una librería (de las que venden carpetas y témperas) en Villa Urquiza, descubrí que en un rincón se escondían ocho humildes estantes con algunos libros. La mayoría eran los ubicuos best-sellers de la temporada, pero en un rincón de ese rincón vi un cartelito mágico: "oferta". Esa palabrita, que en general significa que los productos no son de muy buena calidad, funciona distinto con los libros; por eso captó mi atención enseguida. Pues bien, en ese recoveco di con "Zoología lírica", de Juan Burghi. El título y la portada fueron suficientes para que me interesara:



El libro consiste en pequeños "artículos" acerca de distintas especies que pueblan la vida cotidiana del autor. De entrada me gustó la idea de describir especies animales usando un lenguaje más artístico que científico, pero una vez que lo empecé a leer me decepcionó un poco. No tanto por lo que está escrito, sino por todo lo que se le podría agregar. Creo que lo que pasó fue que yo esperaba que hablara de las especies, y en lugar de eso habla más bien de observaciones acerca de animales particulares. Al menos a mí, que me maravillan las aves (y hay muchas en el libro), me dan ganas de escribir mis propios artículos. Tal vez sea la envidia que hace que me pregunté por qué no se me ocurrió a mí primero, pero de cualquier manera, pensé en ofrecer este pequeño aporte al apartado "Golondrinas":

"Las golondrinas me fascinan. ¡Cuánta libertad de ir a donde quieran! ¡Cuánta gracia y precisión en sus movimientos! Son dueñas del aire; tan ágiles que parecen el mismísimo viento encarnado.
Se mueven sin moverse, planeando constantemente, bailando en las alturas. Viven en el aire, dando vueltas, comiendo y bebiendo sin tocar el suelo más que para descansar. Van de levita azul paseándose como si fueran príncipes y princesas del cielo. Con un canto corto y alegre se mofan de nosotros, los pesados y torpes terrestres. Y cuando se avecina una tormenta, sus figuras se recortan contra las nubes grises, mostrándose solamente al que sabe y puede observar bien; tan lejos están de este profano suelo".


En conclusión, el libro me gustó más como hallazgo, como objeto interesante y raro que como lectura apasionante. De cualquier manera, sin duda vale la pena hojearlo.

Algo parecido me pasó primero con "Eutrapelias", de Jacobo Bentata, un librito del que hablaré la próxima.

Bienvenido

¡Bienvenido, viajero, a la Cueva de los Infinitos Recovecos y los Serpenteantes Ríos Subterráneos!
La tabla de piedra que sostienes en tus brazos y que intentas leer con tus dedos en la penumbra de esta gruta es un mensaje que he dejado para aventureros como tú. Mi nombre es Drexfin, soy la lucerna de barro que se encuentra a tu lado, apagada o, más bien, cuya llama se encuentra escondida. Ruego me disculpes por no recibirte como se debe, pero es necesario que no agote mis fuerzas en vano y no consuma del todo mi aceite, el cual podrás darme de beber y podré usar solamente si necesitas de mi guía. Porque en efecto, mi padre el Fuego, o sea, yo mismo en otra época, me colocó aquí a tu disposición y la de cualquier otro intrépido buscador de verdades con la condición de que me mantuviesen vivo.
Para esta empresa he llamado a los otros elementos en mi ayuda, pero sólo han accedido el agua y la tierra. Su matrimonio bajo mi cálida bendición ha dado como fruto el vehículo que me contiene. Sin embargo, me elude el invisible aire, de quien no he tenido respuesta y sin el cual no puedo moverme. Avívame pues, de a poco, con tu espíritu, para que el aire fresco del cavernoso laberinto de las profundidades a su vez nos anime a ambos, haciendo propicia la mutua compañía por la cual descubriremos arcanos secretos.

Una advertencia, empero: mi luz es tímida e inconstante, creando así sombras titilantes y confusas más que figuras claras y distintas. No me culpes, sin embargo, totalmente a mí de esto. El extraño lugar en el que estamos inmersos hace de la confusión misma su materia constitutiva. Es por esta razón que me he puesto a tu servicio, extranjero amigo, al mismo tiempo que invoco tu sostén. Porque solos somos una orgullosa nada, pero juntos… ¿quién sabe? Tal vez podamos estar humildemente en Todo.