sábado, 9 de mayo de 2015

¿Y después de la posmodernidad, qué?

La posmodernidad, tan difícil de definir, siempre tuvo para mí una característica esencial que me ayuda a comprenderla un poco: la crítica del criticismo. Desconozco si alguien ya lo pensó (lo cual es muy probable), así que me explico siguiéndome a mí mismo:
La filosofía moderna se caracterizó, en gran parte, por su espíritu crítico de la filosofía clásica (la metafísica, en particular) y por la militancia, digamos, con la que difundió este espíritu. Ejemplos claros del primero son Descartes, Hume, Kant y Nietzsche; y de la segunda, el positivismo en general (orden y progreso para todos; sobre todo nuestro orden, el único válido) y el colonialismo europeo.
Ahora bien, estas dos particularidades, que tan bien funcionaban juntas, fueron fermentando a lo largo del tiempo hasta crear una paradoja incluso en las mentes de los mismos modernistas. Porque la crítica es tal en cuanto es reciente y, por lo tanto, no-tradicional. Con lo cual, el problema que vivimos hoy en día con respecto a esto es que la modernidad se ha vuelto ya una tradición que debe ser criticada. Muchos aspectos de ella nos resultan arcaicos, muchas ideas quedaron obsoletas o sin el campo de acción del que nacieron. El tremendo avance tecnológico, por ejemplo, ha hecho que nos sintamos en un mundo totalmente diferente al del siglo XVIII, con sólo 300 años de distancia (cosa que no pasaba tanto, creo yo, en épocas pasadas a la nuestra). Además, después las dos guerras mundiales no queremos tener nada que ver con las personas que las originaron y nos hemos desilusionado de la promesa positivista. Es más: diría (y no sería el primero) que ya desde la muerte de Hegel (que básicamente se anunció como un profeta del Absoluto, designado para revelar el fin último de la Historia) la gente se fue convenciendo cada vez más de la exacerbada vanidad que envolvía al espíritu moderno y de que el final del progreso no estaba para nada cerca, y tal vez nunca lo estuviera.
Resumiendo: los posmodernos tenemos una tradición que nos impone el deber de criticar las tradiciones. Por lo tanto, es como tener un padre que ordena: "¡Debes criticar!" Si le hacemos caso, no lo estamos criticando, porque le hacemos caso. Si no le hacemos caso, no lo estamos criticando, que significa que le hacemos caso. El resultado es una gran crisis de identidad, en la que estamos completamente desorientados y por eso no nos podemos diferenciar de él (de ahí "post-moderno"), aunque queramos hacerlo hace rato.
Y esto es verdaderamente un problema, porque parte de madurar implica diferenciarse sanamente de los padres, reconociendo también que somos consecuencia de su crianza y por lo tanto compartimos ciertas características esenciales. Entonces, la paradoja se podría resolver ni afirmando ni negando el imperativo de la modernidad, sino pensando primero quién nos lo dice, por qué y para qué, para luego decidir si estamos de acuerdo o no. En términos más concretos: si no nos paramos a pensar si realmente las llamadas pseudo-ciencias, o las religiones son falsas o peligrosas (cuáles, por qué, según quién, en qué casos y para qué aspectos de la vida), estamos repitiendo a la ciencia por repetirla, desde su voz en vez de la nuestra (y esto me lo digo a mí mismo también, que en este punto es algo que me cuesta). Y eso sería una verdadera crítica de la crítica, pero no desde el "mandato paterno" sino desde lo que queremos ser como individuos, como sociedad y como especie. O, por ejemplo, en el caso opuesto, si por diferenciarnos de la modernidad por el simple hecho de ser diferentes hacemos alarde de respetar las distintas manifestaciones humanas, pero en el fondo creemos que la sociedad estaría mejor sin tanto extranjero amenazante, tenemos un serio problema de hipocresía, dobles estándares y necedad (necio es el que no quiere conocer la realidad y se conforma con lo que ya sabe o repiten los demás acerca de ella; una verdadera crítica no puede partir jamás de esto). Y pongo este caso como ejemplo porque veo y siento que estamos degenerando socialmente en este sentido (o se esconde o no, pero parece un fenómeno global importante): la gente se ha cansado del pluralismo, o de pretender que es pluralista cuando no lo es. Puedo estar equivocándome o que sea algo localizado en mis alrededores (y espero que así sea), pero cada vez escucho más gente quejándose a viva voz de los privilegios que en vez de poder recibir su grupo familiar/social/económico/racial/nacional lo reciben otros. Cuando, en mi humilde opinión, deberían pedir que todos tengan privilegios según su necesidad, con lo cual dejan de ser privilegios, a menos que alguien los necesitara particularmente más que otros (en cuyo caso se vuelven necesidades).
En conclusión, creo que la posmodernidad está dejando la adolescencia y está empezando a avanzar hacia su cumbre, muy de a poco. Y me preocupa que nos agarre la crisis de los 40 sin haber resuelto quiénes somos, quiénes queremos ser, por qué y para qué, sin tener en cuenta a los demás y despilfarrando recursos en cualquier cosa. 











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